Mi tío Federico y yo estamos muy emocionados preparando la fiesta patronal de San Juan en la selva del Perú. Como este año le ha tocado ser el mayordomo, queremos quedar muy bien con todos los invitados, no debe faltar nada para nadie.
Así que muy temprano hoy nos toca salir al interior de la selva, por todas las provisiones que faltan sea de carnes, aves o monos, caminaremos algo más de doce horas.
Mi tío siempre está muy atento conmigo preparando la cacería.
- Juanito, esta arma será para ti, es chiquita pero muy eficaz. Yo mismo he cazado mucho con ella. Tanto que un día mientras cortaba un árbol para derribar a un mono, la rama del cedro la aplastó y le rompió un poco el cañón, recuerda mi tío.
- Muchas gracias por tu obsequio tío, lo usaré con cuidado, le aseguro.
Antes de partir, reviso nuestras provisiones: paquetes de sal, azúcar, fósforos y combustible para las pequeñas lámparas. En los paquetes más grandes se encuentran las balas para las retrocargas y lo que no pueden faltar plátanos y yuca para combinar la comida.
Después el fresco amanecer nos acompaña hasta el interior de la selva. Van también con nosotros Pancho y Manuel mis primos, quienes parecen no cansarse nunca, a pesar que nuestra larga caminata lleva ya más de seis horas. La amarillenta hojarasca debajo de nuestros pies descalzos oculta a veces a las serpientes, los alacranes o las hormigas bravas, por eso vamos con mucho cuidado, con suerte para no ser picados por ellas.
De pronto vemos cómo ha pasado la tarde y ya viene la noche y por fin hemos llegado a nuestro destino. Este es un lugar oscuro y solitario, existen muchos rumores que éste sitio es el lugar favorito de las almas en pena y los fantasmas. Muchos ya han escuchado anteriormente los llantos lastimeros, los quejidos prolongados y los fuertes golpes en las grandes aletas de los árboles. Como es un lugar alejado, nadie se ha quedado a vivir por allí, excepto los animales, las aves y los monos.
Inmediatamente y a pesar de la noche comenzamos nuestra cacería que resulta ser muy buena. Hemos cazado pronto a los sajinos, venados y sachavacas. Encontramos desprevenidas a las paujiles, perdices y a los loros.
Entretenidos como estamos con nuestra buena caza, no sentimos que el tiempo pasa rápido y al cabo de seis días mi tío Federico decide que nos quedaremos por un día más para completar la semana. De manera que acordamos volver a separarnos para continuar cazando. Mi tío Federico se dirige hacia el Norte, Pancho va por el Este, Manuel hacia el Oeste y yo voy hacia el Sur. Con suerte consigo matar a tres monos negros que es suficiente carga para regresar al campamento donde debo reunirme con mi tío Federico y mis dos primos en este último día de caza.
Con mi carga al hombro llego cansado y con hambre al campamento, pero vaya sorpresa, no encuentro a ninguno, ni a sus equipajes, ni sus provisiones, ¿qué habrá pasado?, ¿Qué hago ahora?, me pregunto en voz baja. De lo que sí estoy seguro es que ya no están, que regresaron al pueblo y me dejaron solo. Pero yo no puedo seguirlos de inmediato, porque tengo que preparar mi comida para matar mi hambre y ahumar la carne de los monos que he cazado.
Veo como la tarde avanza y cae la noche rápidamente, una vez que termino de comer y alistar mi carga, me baño en las aguas del pequeño río del lugar y luego me dispongo a descansar. La soledad del campamento sólo se acompaña con el chirriar de los grillos y el lejano canto de las aves nocturnas. Es la primera vez que me encuentro solo en el interior de la selva.
La choza donde me encuentro tiene techo de palmeras, sus dos pisos son de madera, las que se unen por una escalera de ramas de árbol. La cama de madera se encuentra en el segundo piso, el fogón está en el primer piso al que pongo mucho cuidado en apagar regando sus carbones. Después cargo mi escopeta con las dos últimas balas que me quedan para protegerme de las fieras y finalmente me dispongo a acostarme.
Mientras me cubro con una delgada sábana dentro del mosquitero hago el intento de dormir, pero no puedo conciliar el sueño rápidamente. De improviso veo como el fuego se enciende poco a poco en el fogón y de manera de veras increíble aparece junto al fuego la forma de una niña, que lleva un largo vestido blanco, muy largo hasta los pies. Tiene una cinta negra amarrando sus cabellos y un largo cordón negro sujetando su cintura.
Veo como esta niña se esfuerza en prender más y más el fuego del fogón con un abanico de hojas secas. Yo trato de imaginarme que ya estoy soñando, pero no es así, estoy aún despierto y con el corazón que ha empezado a latir cada vez con más fuerza por la primera impresión de saber que no estoy solo en la choza.
Guardo un profundo silencio pero mis piernas y mis manos han comenzado a temblar un poquito y también comienzo a sudar copiosamente de susto, cuando la niña comienza a moverse hacia todos lados en el primer piso de la choza, tocando los platos y moviendo las ollas.
De un momento a otro la noche se ilumina con la luna llena y es casi medianoche, lo se por el canto lejano de las aves nocturnas. Y con la luz de la luna ahora puedo ver con más nitidez a la niña que parece flotar en el espacio del primer piso moviéndose lentamente como buscando algo o buscándome también a mi.
Yo casi no puedo permanecer en silencio pero hago todo el intento agarrando mi escopeta con la poca fuerza que creo tener por el susto. Esta niña continúa buscando algo en el primer piso en dirección de mi cama y luego tocando el techo interior de palmeras de esta pequeña pero antigua choza.
Yo trato de mantener la calma y en un momento menos esperado escucho el amargo y melancólico llanto de esta niña. Su horripilante voz se expande por todo el ambiente en la soledad de la noche, lo que me llena aún de mayor susto. Sin embargo alcanzo a elevar una oración a Dios para que no me abandonen las fuerzas, para contener el miedo y recuperar el calor en mi cuerpo, que siento cada vez más frío.
Inesperadamente veo a esta niña subir por la escalera hacia el segundo piso en dirección hacia mí y cuando ya se encuentra a sólo dos metros de mi cama, empuño de nuevo mi escopeta y jalo el gatillo por dos veces. Veo como el impacto de las balas destrozan la forma de niña en mil pedazos, como cuando se rompe una estatua de yeso.
Luego todo queda en silencio y tan sólo puedo escuchar el eco de mis disparos que se pierden en la inmensidad de la selva en una noche fantasmal. En una noche que para mí parece de nunca acabar, porque no puedo conciliar el sueño fácilmente después de todo lo sucedido.
Las aves nocturnas como las lechuzas y poroto huangos cantan a lo lejos. Pero los graznidos de la pucacunga me indican que ya es de madrugada. De manera que finalmente el cansancio logra vencerme, cierro los ojos con pesadez y comienzo a tener un breve sueño: Ahora veo a un a hermosa niña que se acerca y me dice: Juanito ¿Por qué fuiste malo conmigo?, yo sólo quería acompañarte, porque te vi solo en este lugar tan alejado de la selva. Pero también Juanito, quise recoger mi peineta que una vez puse debajo de tu cama. Has sido muy malo conmigo y me mataste para siempre, ahora jamás me levantaré y me convertiré en un hongo blanco que siempre viajará por la corriente de los ríos. Ahora me despido de ti, nunca jamás volverás a verme como hoy.
Todavía estoy con mucho sueño, cuando vengo a despertarme con el canto mañanero de una perdiz. Mi agitada y agotadora pesadilla se está terminando y me quedo pensando en el misterioso suceso de mis disparos, como en la despedida de esta hermosa niña.
Ya es de mañana y alisto tanto mi equipaje como mi carga de provisiones para volver al pueblo. Todo sigue silencioso y sólo escucho el ruido de mis pisadas en el frio y mojado camino remontado que conduce a mi pueblo. Algunas veces resbalo un poco con el peso que llevo en mis hombros, pero sigo adelante sin parar.
Luego de haber caminado todo el día, finalmente llego muy cansado al pueblo, pero de inmediato presiento algo extraño en el ambiente. Oigo también muchos llantos y lamentos en mi casa. La tristeza se contagia en todo el ambiente y no es por mí. Sino que mi tío Federico, todos mis primos así como el resto de mi familia están muy acongojados a pesar que hoy es la Fiesta patronal de San Juan.
Todavía no logro olvidar lo que pasó anoche y ahora una nueva ingrata sorpresa: Mi prima Emperatriz yace cuerpo presente en medio de la sala donde hoy tendríamos la fiesta. Dicen que la viruela la mató ayer. Por lo que mi tío Federico y mis primos tuvieron que regresar urgente de la cacería.
Pero sólo yo se que ella estuvo anoche conmigo y quiso acompañarme en medio de la selva, se que su alma o fantasma vino a verme y yo sin saber o querer la volví a matar. Yo ahora recuerdo muy claramente los disparos de mi escopeta chiquita, cuyos ecos en la noche también me recuerdan el fantasma de mi prima o la horrible pesadilla que sólo pudo despertarme el alegre amanecer de la selva y mi prisa por volver al pueblo para celebrar una fiesta, pero no para tener un velorio en plena fiesta patronal de San Juan.
FIN
martes, 18 de agosto de 2009
Juanito y el Delfín Colorado - Cuento de la Selva
El río corría siempre rápido y destellante con el sol del mediodía. Era un día más del caluroso verano en la selva peruana. Lugareños, viajeros y pescadores iban y venían en botes y canoas en marchas desenfrenadas. De ahí que el bullicio era mayor por el ruido entrecruzado de los motores fuera de borda.
De un momento a otro se pudo escuchar muchos silbidos de personas, así como el ruido de las olas que también se escuchaban cada vez más fuertes.
Juanito, era un niño huérfano desde hacía unos años y estaba creciendo como pescador, había adquirido gran habilidad para lanzar el arpón adivinando el recorrido imperceptible para otros, que realizaban los peces debajo del agua. Ese día Juanito estaba pescando desde muy temprano y tenía por costumbre quedarse hasta la tarde y la noche. ¿Cómo podría ser de otra manera si a Juanito le encantaba volver con la canoa llena de pescados? Abundaban por ahí las corvinas, los sábalos y las pirañas, a los que Juanito ya había pescado y se veían relucientes en medio de su canoa.
Como para completar su faena, ahora estaba persiguiendo a un pez dorado, que de un momento a otro vio aparecer golpeando desafiante las aguas, con su cola blanca. Pero su bote estaba ya casi lleno y no podía correr más rápido para perseguir al pez dorado. Pero también inesperadamente vio saltar a un delfín colorado muy cerca por donde perseguía al pez dorado, incluso el delfín le obstaculizó con sus saltos de ida y vuelta.
De todas maneras Juanito prosiguió persiguiendo al pez dorado, éste no iba a escaparse ahora. Pero el delfín colorado volvió también con su arremetida, tanto que hizo perder la paciencia a Juanito, quien no podía creer como es que un delfín colorado hizo que se escapara un hermoso pez dorado. Juanito entonces, lanzó el arpón contra el bufeo colorado tan sólo para alejarlo.
Sin embargo el arpón dio en el blanco, el bufeo colorado al sentirse atrapado hacía esfuerzos denodados para escapar, arrastrando peligrosamente la canoa de Juanito, a quien no le quedó otro remedio que cortar el cordel que lo unía con el delfín colorado. Sólo así pudo escaparse raudamente y herido el molestoso delfín colorado que casi hunde la pequeña canoa de Juanito.
Cuando Juanito ya se disponía a regresar a su casa muy apenado por la pérdida de su arpón, de improviso vio que un bote tripulado se acercaba hacia él a toda prisa. Fue mayor su sorpresa cuando vio acercarse hacia él a un pequeño grupo de policías uniformados juntamente con uno de sus jefes que parecía tener un alto rango. Con cierto nerviosismo y poniendo su mayor atención Juanito dijo:
- Buenas noches señores, ¿quiénes son ustedes y que buscan?
- Buenas noches niño, somos policías de seguridad y te buscamos a ti, dijo el que parecía ser el jefe.
- Pero, ¿porque a mí señor? Yo siempre he venido a pescar en este río y no he dado problemas a nadie, afirmó Juanito.
- Quedas detenido niño porque hoy haz cometido un grave delito y te irás con nosotros ahora mismo. Dejarás todo y sólo podrás llevar un cuchillo, dijo el jefe.
Tan rápido como llegaron los policías subieron a Juanito en el bote policial y lo llevaron con los ojos vendados por sólo unos minutos. Luego el jefe ordenó que le quitaran la venda. Y en menos de lo que salta un delfín, Juanito se encontraba en otro lugar: un hermoso lago, rodeado de bellísimas islas, las aguas eran cristalinas y tranquilas. De vez en cuando Juanito veía saltar peces brillantes y poco a poco se acercaban al pequeño muelle de una ciudad muy iluminada. En realidad todo parecía un fantástico sueño, porque al bajarse del bote, este se convirtió en un gran lagarto blanco que se perdió en las aguas cristalinas del río.
Juanito siempre acompañado por los policías fue llevado hasta un automóvil que esperaba frente al muelle.
- ¡Hacia el hospital!, ordenó el jefe.
- A la orden jefe, respondió el chofer, levantando el gorro con la mano, haciendo una reverencia.
Juanito todavía asombrado, contemplaba todo durante su recorrido: las calles estaban llenas de gente y muchos automóviles recorrían la ciudad con sus sonidos estridentes. Un momento más y el auto se detuvo frente a un gran hospital, allí otro grupo de uniformados esperaban impacientes. Al llegar el jefe que acompañaba a Juanito presentó su saludo militar.
- ¡Buenas noches mi general!, dijo.
- ¡Buenas noches teniente!, respondió el policía que parecía tener más edad.- Acá reportando al detenido, que dice llamarse Juanito, mi general, dijo finalmente el teniente.
El general, brillantemente uniformado miró detenidamente a Juanito y luego le dijo:
- Con que ¿tú eres quien hirió de muerte al comandante?
- Perdóneme señor, pero creo que hay una equivocación, yo no herí a nadie, menos a su comandante, dijo Juanito un tanto atemorizado.
- Me informaron que hay varios testigos que te vieron con el arma que hirieron al comandante y él está ahora al borde de la muerte. Necesitamos quitarle de inmediato el dardo mortal, aseguró el general.
Juanito no salía de su sorpresa, con esta severa acusación no sabía que más decir, sin embargo recordó que cuando estaba pescando prendió su arpón en el lomo de un delfín colorado. Porque éste le estaba molestando en la pesca de un pez dorado. Recordó claramente que estuvo al borde de naufragar en su pequeña canoa cuando el delfín buscó escabullirse por las aguas por eso Juanito no tuvo más que hacer que cortar la cuerda de su arpón. Pero, ¿Qué tenía que ver un delfín colorado con un comandante de policía de una gran ciudad?
De todos modos Juanito se animó a decir:
- Yo sólo herí a un delfín colorado, señor.
- Y ¿Por qué heriste a ese delfín colorado?, respondió el general.
- Porque cuando perseguía al pez dorado, el delfín colorado vino a molestar cruzándose en mi camino, impidiéndome el paso durante mucho tiempo, esto me hizo perder la paciencia y le lancé el arpón, relató Juanito.
Luego de escuchar a Juanito, el general de policía ordenó:
- Iremos de inmediato a ver al comandante.- De acuerdo mi general, dijeron al unísono los demás policías que casi arrastraban a Juanito.
Al llegar a la sala del hospital, Juanito aun mas sorprendido, no pudo creer lo que vio, a un hombre rubio acostado en una cama, herido en la espalda con la punta de su arpón que tan sólo horas antes había clavado en el lomo de un delfín colorado.
¿Ahora si, reconoces que el arma fue tuya o no?, Dijo el general.
- En realidad es mi herramienta de trabajo señor, dijo tímidamente Juanito.
- Así que como se te ordenó traer tu cuchillo, tendrás tu mismo que quitar el dardo mortal al comandante, ahora ya es tarde y no tenemos a ningún médico de emergencia, dijo finalmente el general.
Cuando Juanito ya se disponía a cortar la piel del comandante delfín, para extraer el arpón, el general volvió a decir:
- Eso le pasó comandante por desobedecer mis órdenes de no molestar a nadie, mucho menos a seres de otro mundo. Espero que esta vez aprenda la lección ya que luego vendrá su castigo.
Juanito observó cuidadosamente la herida que produjo su arpón en la rubia piel del comandante, quien se limitaba a resistir el dolor sin siquiera emitir una palabra. Pero asimismo Juanito ya se había dado cuenta que este hombre rubio era también un enorme delfín colorado que por el azar del destino se había cruzado en su camino durante su día de pesca en el gran río de la selva. ¿Y que otra cosa más podían ser los demás seres que aparentaban ser hombres, sino otros delfines colorados? Por otra parte Juanito estaba muy contento por recuperar su arpón al cual ya daba por perdido.
Bien, como todo ha salido bien, Juanito debe regresar inmediatamente, tal como ha venido. Es más será premiado por haber salvado la vida del comandante, que cuando este completamente sano ya nunca más hará rondas por la frontera, eso será su castigo, dijo el general. Luego metió su mano en uno de sus bolsillos y sacó unas pequeñas piedrecitas blancas y entregándole a Juanito, dijo:
- Esto será tu pago, cuando llegues a tu casa, guarda estas piedrecitas en un lugar seguro y cuando tengas alguna necesidad haz uso de ellas.
Luego inmediatamente dio la orden para que el teniente y su comitiva escolten de nuevo a Juanito de regreso a casa. El auto que los esperaba frente al hospital encendió rápidamente y a toda marcha los condujo al muelle. Misteriosamente cuando todos bajaron del auto, este se alejó convertido en una enorme tortuga de río. Juanito tuvo que ser vendado en los ojos nuevamente al subir al bote de los policías, debidamente acompañado por su jefe el teniente.
No había pasado mucho tiempo cuando Juanito se encontró nuevamente dentro de su canoa totalmente repleta de pescados. Y como si se hubiera quedado profundamente dormido, notó que ya estaba rayando el sol de un nuevo día. Se apresuró en remar con todas sus fuerzas para llegar a casa como todo gran pescador con la canoa llena.
Una vez en casa, Juanito reviso sus bolsillos y para su grata sorpresa estaban totalmente llenas de monedas de oro y plata. Se puso muy contento, por haber tenido una gran pesca, de contar con mucho dinero y el recuerdo de haber vivido una nueva aventura al salvar la vida de un comandante que a su vez era un delfín colorado, pero lo que era más importante para él, haber recuperado su arpón para que a partir de ese día nunca más usaría para pescar a delfines colorados en los ríos de la selva.
FIN
De un momento a otro se pudo escuchar muchos silbidos de personas, así como el ruido de las olas que también se escuchaban cada vez más fuertes.
Juanito, era un niño huérfano desde hacía unos años y estaba creciendo como pescador, había adquirido gran habilidad para lanzar el arpón adivinando el recorrido imperceptible para otros, que realizaban los peces debajo del agua. Ese día Juanito estaba pescando desde muy temprano y tenía por costumbre quedarse hasta la tarde y la noche. ¿Cómo podría ser de otra manera si a Juanito le encantaba volver con la canoa llena de pescados? Abundaban por ahí las corvinas, los sábalos y las pirañas, a los que Juanito ya había pescado y se veían relucientes en medio de su canoa.
Como para completar su faena, ahora estaba persiguiendo a un pez dorado, que de un momento a otro vio aparecer golpeando desafiante las aguas, con su cola blanca. Pero su bote estaba ya casi lleno y no podía correr más rápido para perseguir al pez dorado. Pero también inesperadamente vio saltar a un delfín colorado muy cerca por donde perseguía al pez dorado, incluso el delfín le obstaculizó con sus saltos de ida y vuelta.
De todas maneras Juanito prosiguió persiguiendo al pez dorado, éste no iba a escaparse ahora. Pero el delfín colorado volvió también con su arremetida, tanto que hizo perder la paciencia a Juanito, quien no podía creer como es que un delfín colorado hizo que se escapara un hermoso pez dorado. Juanito entonces, lanzó el arpón contra el bufeo colorado tan sólo para alejarlo.
Sin embargo el arpón dio en el blanco, el bufeo colorado al sentirse atrapado hacía esfuerzos denodados para escapar, arrastrando peligrosamente la canoa de Juanito, a quien no le quedó otro remedio que cortar el cordel que lo unía con el delfín colorado. Sólo así pudo escaparse raudamente y herido el molestoso delfín colorado que casi hunde la pequeña canoa de Juanito.
Cuando Juanito ya se disponía a regresar a su casa muy apenado por la pérdida de su arpón, de improviso vio que un bote tripulado se acercaba hacia él a toda prisa. Fue mayor su sorpresa cuando vio acercarse hacia él a un pequeño grupo de policías uniformados juntamente con uno de sus jefes que parecía tener un alto rango. Con cierto nerviosismo y poniendo su mayor atención Juanito dijo:
- Buenas noches señores, ¿quiénes son ustedes y que buscan?
- Buenas noches niño, somos policías de seguridad y te buscamos a ti, dijo el que parecía ser el jefe.
- Pero, ¿porque a mí señor? Yo siempre he venido a pescar en este río y no he dado problemas a nadie, afirmó Juanito.
- Quedas detenido niño porque hoy haz cometido un grave delito y te irás con nosotros ahora mismo. Dejarás todo y sólo podrás llevar un cuchillo, dijo el jefe.
Tan rápido como llegaron los policías subieron a Juanito en el bote policial y lo llevaron con los ojos vendados por sólo unos minutos. Luego el jefe ordenó que le quitaran la venda. Y en menos de lo que salta un delfín, Juanito se encontraba en otro lugar: un hermoso lago, rodeado de bellísimas islas, las aguas eran cristalinas y tranquilas. De vez en cuando Juanito veía saltar peces brillantes y poco a poco se acercaban al pequeño muelle de una ciudad muy iluminada. En realidad todo parecía un fantástico sueño, porque al bajarse del bote, este se convirtió en un gran lagarto blanco que se perdió en las aguas cristalinas del río.
Juanito siempre acompañado por los policías fue llevado hasta un automóvil que esperaba frente al muelle.
- ¡Hacia el hospital!, ordenó el jefe.
- A la orden jefe, respondió el chofer, levantando el gorro con la mano, haciendo una reverencia.
Juanito todavía asombrado, contemplaba todo durante su recorrido: las calles estaban llenas de gente y muchos automóviles recorrían la ciudad con sus sonidos estridentes. Un momento más y el auto se detuvo frente a un gran hospital, allí otro grupo de uniformados esperaban impacientes. Al llegar el jefe que acompañaba a Juanito presentó su saludo militar.
- ¡Buenas noches mi general!, dijo.
- ¡Buenas noches teniente!, respondió el policía que parecía tener más edad.- Acá reportando al detenido, que dice llamarse Juanito, mi general, dijo finalmente el teniente.
El general, brillantemente uniformado miró detenidamente a Juanito y luego le dijo:
- Con que ¿tú eres quien hirió de muerte al comandante?
- Perdóneme señor, pero creo que hay una equivocación, yo no herí a nadie, menos a su comandante, dijo Juanito un tanto atemorizado.
- Me informaron que hay varios testigos que te vieron con el arma que hirieron al comandante y él está ahora al borde de la muerte. Necesitamos quitarle de inmediato el dardo mortal, aseguró el general.
Juanito no salía de su sorpresa, con esta severa acusación no sabía que más decir, sin embargo recordó que cuando estaba pescando prendió su arpón en el lomo de un delfín colorado. Porque éste le estaba molestando en la pesca de un pez dorado. Recordó claramente que estuvo al borde de naufragar en su pequeña canoa cuando el delfín buscó escabullirse por las aguas por eso Juanito no tuvo más que hacer que cortar la cuerda de su arpón. Pero, ¿Qué tenía que ver un delfín colorado con un comandante de policía de una gran ciudad?
De todos modos Juanito se animó a decir:
- Yo sólo herí a un delfín colorado, señor.
- Y ¿Por qué heriste a ese delfín colorado?, respondió el general.
- Porque cuando perseguía al pez dorado, el delfín colorado vino a molestar cruzándose en mi camino, impidiéndome el paso durante mucho tiempo, esto me hizo perder la paciencia y le lancé el arpón, relató Juanito.
Luego de escuchar a Juanito, el general de policía ordenó:
- Iremos de inmediato a ver al comandante.- De acuerdo mi general, dijeron al unísono los demás policías que casi arrastraban a Juanito.
Al llegar a la sala del hospital, Juanito aun mas sorprendido, no pudo creer lo que vio, a un hombre rubio acostado en una cama, herido en la espalda con la punta de su arpón que tan sólo horas antes había clavado en el lomo de un delfín colorado.
¿Ahora si, reconoces que el arma fue tuya o no?, Dijo el general.
- En realidad es mi herramienta de trabajo señor, dijo tímidamente Juanito.
- Así que como se te ordenó traer tu cuchillo, tendrás tu mismo que quitar el dardo mortal al comandante, ahora ya es tarde y no tenemos a ningún médico de emergencia, dijo finalmente el general.
Cuando Juanito ya se disponía a cortar la piel del comandante delfín, para extraer el arpón, el general volvió a decir:
- Eso le pasó comandante por desobedecer mis órdenes de no molestar a nadie, mucho menos a seres de otro mundo. Espero que esta vez aprenda la lección ya que luego vendrá su castigo.
Juanito observó cuidadosamente la herida que produjo su arpón en la rubia piel del comandante, quien se limitaba a resistir el dolor sin siquiera emitir una palabra. Pero asimismo Juanito ya se había dado cuenta que este hombre rubio era también un enorme delfín colorado que por el azar del destino se había cruzado en su camino durante su día de pesca en el gran río de la selva. ¿Y que otra cosa más podían ser los demás seres que aparentaban ser hombres, sino otros delfines colorados? Por otra parte Juanito estaba muy contento por recuperar su arpón al cual ya daba por perdido.
Bien, como todo ha salido bien, Juanito debe regresar inmediatamente, tal como ha venido. Es más será premiado por haber salvado la vida del comandante, que cuando este completamente sano ya nunca más hará rondas por la frontera, eso será su castigo, dijo el general. Luego metió su mano en uno de sus bolsillos y sacó unas pequeñas piedrecitas blancas y entregándole a Juanito, dijo:
- Esto será tu pago, cuando llegues a tu casa, guarda estas piedrecitas en un lugar seguro y cuando tengas alguna necesidad haz uso de ellas.
Luego inmediatamente dio la orden para que el teniente y su comitiva escolten de nuevo a Juanito de regreso a casa. El auto que los esperaba frente al hospital encendió rápidamente y a toda marcha los condujo al muelle. Misteriosamente cuando todos bajaron del auto, este se alejó convertido en una enorme tortuga de río. Juanito tuvo que ser vendado en los ojos nuevamente al subir al bote de los policías, debidamente acompañado por su jefe el teniente.
No había pasado mucho tiempo cuando Juanito se encontró nuevamente dentro de su canoa totalmente repleta de pescados. Y como si se hubiera quedado profundamente dormido, notó que ya estaba rayando el sol de un nuevo día. Se apresuró en remar con todas sus fuerzas para llegar a casa como todo gran pescador con la canoa llena.
Una vez en casa, Juanito reviso sus bolsillos y para su grata sorpresa estaban totalmente llenas de monedas de oro y plata. Se puso muy contento, por haber tenido una gran pesca, de contar con mucho dinero y el recuerdo de haber vivido una nueva aventura al salvar la vida de un comandante que a su vez era un delfín colorado, pero lo que era más importante para él, haber recuperado su arpón para que a partir de ese día nunca más usaría para pescar a delfines colorados en los ríos de la selva.
FIN
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