martes, 18 de agosto de 2009

Juanito y el Delfín Colorado - Cuento de la Selva

El río corría siempre rápido y destellante con el sol del mediodía. Era un día más del caluroso verano en la selva peruana. Lugareños, viajeros y pescadores iban y venían en botes y canoas en marchas desenfrenadas. De ahí que el bullicio era mayor por el ruido entrecruzado de los motores fuera de borda.
De un momento a otro se pudo escuchar muchos silbidos de personas, así como el ruido de las olas que también se escuchaban cada vez más fuertes.
Juanito, era un niño huérfano desde hacía unos años y estaba creciendo como pescador, había adquirido gran habilidad para lanzar el arpón adivinando el recorrido imperceptible para otros, que realizaban los peces debajo del agua. Ese día Juanito estaba pescando desde muy temprano y tenía por costumbre quedarse hasta la tarde y la noche. ¿Cómo podría ser de otra manera si a Juanito le encantaba volver con la canoa llena de pescados? Abundaban por ahí las corvinas, los sábalos y las pirañas, a los que Juanito ya había pescado y se veían relucientes en medio de su canoa.
Como para completar su faena, ahora estaba persiguiendo a un pez dorado, que de un momento a otro vio aparecer golpeando desafiante las aguas, con su cola blanca. Pero su bote estaba ya casi lleno y no podía correr más rápido para perseguir al pez dorado. Pero también inesperadamente vio saltar a un delfín colorado muy cerca por donde perseguía al pez dorado, incluso el delfín le obstaculizó con sus saltos de ida y vuelta.
De todas maneras Juanito prosiguió persiguiendo al pez dorado, éste no iba a escaparse ahora. Pero el delfín colorado volvió también con su arremetida, tanto que hizo perder la paciencia a Juanito, quien no podía creer como es que un delfín colorado hizo que se escapara un hermoso pez dorado. Juanito entonces, lanzó el arpón contra el bufeo colorado tan sólo para alejarlo.
Sin embargo el arpón dio en el blanco, el bufeo colorado al sentirse atrapado hacía esfuerzos denodados para escapar, arrastrando peligrosamente la canoa de Juanito, a quien no le quedó otro remedio que cortar el cordel que lo unía con el delfín colorado. Sólo así pudo escaparse raudamente y herido el molestoso delfín colorado que casi hunde la pequeña canoa de Juanito.
Cuando Juanito ya se disponía a regresar a su casa muy apenado por la pérdida de su arpón, de improviso vio que un bote tripulado se acercaba hacia él a toda prisa. Fue mayor su sorpresa cuando vio acercarse hacia él a un pequeño grupo de policías uniformados juntamente con uno de sus jefes que parecía tener un alto rango. Con cierto nerviosismo y poniendo su mayor atención Juanito dijo:

- Buenas noches señores, ¿quiénes son ustedes y que buscan?
- Buenas noches niño, somos policías de seguridad y te buscamos a ti, dijo el que parecía ser el jefe.
- Pero, ¿porque a mí señor? Yo siempre he venido a pescar en este río y no he dado problemas a nadie, afirmó Juanito.
- Quedas detenido niño porque hoy haz cometido un grave delito y te irás con nosotros ahora mismo. Dejarás todo y sólo podrás llevar un cuchillo, dijo el jefe.
Tan rápido como llegaron los policías subieron a Juanito en el bote policial y lo llevaron con los ojos vendados por sólo unos minutos. Luego el jefe ordenó que le quitaran la venda. Y en menos de lo que salta un delfín, Juanito se encontraba en otro lugar: un hermoso lago, rodeado de bellísimas islas, las aguas eran cristalinas y tranquilas. De vez en cuando Juanito veía saltar peces brillantes y poco a poco se acercaban al pequeño muelle de una ciudad muy iluminada. En realidad todo parecía un fantástico sueño, porque al bajarse del bote, este se convirtió en un gran lagarto blanco que se perdió en las aguas cristalinas del río.
Juanito siempre acompañado por los policías fue llevado hasta un automóvil que esperaba frente al muelle.

- ¡Hacia el hospital!, ordenó el jefe.
- A la orden jefe, respondió el chofer, levantando el gorro con la mano, haciendo una reverencia.
Juanito todavía asombrado, contemplaba todo durante su recorrido: las calles estaban llenas de gente y muchos automóviles recorrían la ciudad con sus sonidos estridentes. Un momento más y el auto se detuvo frente a un gran hospital, allí otro grupo de uniformados esperaban impacientes. Al llegar el jefe que acompañaba a Juanito presentó su saludo militar.

- ¡Buenas noches mi general!, dijo.
- ¡Buenas noches teniente!, respondió el policía que parecía tener más edad.- Acá reportando al detenido, que dice llamarse Juanito, mi general, dijo finalmente el teniente.
El general, brillantemente uniformado miró detenidamente a Juanito y luego le dijo:

- Con que ¿tú eres quien hirió de muerte al comandante?
- Perdóneme señor, pero creo que hay una equivocación, yo no herí a nadie, menos a su comandante, dijo Juanito un tanto atemorizado.
- Me informaron que hay varios testigos que te vieron con el arma que hirieron al comandante y él está ahora al borde de la muerte. Necesitamos quitarle de inmediato el dardo mortal, aseguró el general.
Juanito no salía de su sorpresa, con esta severa acusación no sabía que más decir, sin embargo recordó que cuando estaba pescando prendió su arpón en el lomo de un delfín colorado. Porque éste le estaba molestando en la pesca de un pez dorado. Recordó claramente que estuvo al borde de naufragar en su pequeña canoa cuando el delfín buscó escabullirse por las aguas por eso Juanito no tuvo más que hacer que cortar la cuerda de su arpón. Pero, ¿Qué tenía que ver un delfín colorado con un comandante de policía de una gran ciudad?
De todos modos Juanito se animó a decir:

- Yo sólo herí a un delfín colorado, señor.
- Y ¿Por qué heriste a ese delfín colorado?, respondió el general.
- Porque cuando perseguía al pez dorado, el delfín colorado vino a molestar cruzándose en mi camino, impidiéndome el paso durante mucho tiempo, esto me hizo perder la paciencia y le lancé el arpón, relató Juanito.
Luego de escuchar a Juanito, el general de policía ordenó:

- Iremos de inmediato a ver al comandante.- De acuerdo mi general, dijeron al unísono los demás policías que casi arrastraban a Juanito.
Al llegar a la sala del hospital, Juanito aun mas sorprendido, no pudo creer lo que vio, a un hombre rubio acostado en una cama, herido en la espalda con la punta de su arpón que tan sólo horas antes había clavado en el lomo de un delfín colorado.
¿Ahora si, reconoces que el arma fue tuya o no?, Dijo el general.

- En realidad es mi herramienta de trabajo señor, dijo tímidamente Juanito.
- Así que como se te ordenó traer tu cuchillo, tendrás tu mismo que quitar el dardo mortal al comandante, ahora ya es tarde y no tenemos a ningún médico de emergencia, dijo finalmente el general.
Cuando Juanito ya se disponía a cortar la piel del comandante delfín, para extraer el arpón, el general volvió a decir:

- Eso le pasó comandante por desobedecer mis órdenes de no molestar a nadie, mucho menos a seres de otro mundo. Espero que esta vez aprenda la lección ya que luego vendrá su castigo.
Juanito observó cuidadosamente la herida que produjo su arpón en la rubia piel del comandante, quien se limitaba a resistir el dolor sin siquiera emitir una palabra. Pero asimismo Juanito ya se había dado cuenta que este hombre rubio era también un enorme delfín colorado que por el azar del destino se había cruzado en su camino durante su día de pesca en el gran río de la selva. ¿Y que otra cosa más podían ser los demás seres que aparentaban ser hombres, sino otros delfines colorados? Por otra parte Juanito estaba muy contento por recuperar su arpón al cual ya daba por perdido.
Bien, como todo ha salido bien, Juanito debe regresar inmediatamente, tal como ha venido. Es más será premiado por haber salvado la vida del comandante, que cuando este completamente sano ya nunca más hará rondas por la frontera, eso será su castigo, dijo el general. Luego metió su mano en uno de sus bolsillos y sacó unas pequeñas piedrecitas blancas y entregándole a Juanito, dijo:

- Esto será tu pago, cuando llegues a tu casa, guarda estas piedrecitas en un lugar seguro y cuando tengas alguna necesidad haz uso de ellas.
Luego inmediatamente dio la orden para que el teniente y su comitiva escolten de nuevo a Juanito de regreso a casa. El auto que los esperaba frente al hospital encendió rápidamente y a toda marcha los condujo al muelle. Misteriosamente cuando todos bajaron del auto, este se alejó convertido en una enorme tortuga de río. Juanito tuvo que ser vendado en los ojos nuevamente al subir al bote de los policías, debidamente acompañado por su jefe el teniente.
No había pasado mucho tiempo cuando Juanito se encontró nuevamente dentro de su canoa totalmente repleta de pescados. Y como si se hubiera quedado profundamente dormido, notó que ya estaba rayando el sol de un nuevo día. Se apresuró en remar con todas sus fuerzas para llegar a casa como todo gran pescador con la canoa llena.
Una vez en casa, Juanito reviso sus bolsillos y para su grata sorpresa estaban totalmente llenas de monedas de oro y plata. Se puso muy contento, por haber tenido una gran pesca, de contar con mucho dinero y el recuerdo de haber vivido una nueva aventura al salvar la vida de un comandante que a su vez era un delfín colorado, pero lo que era más importante para él, haber recuperado su arpón para que a partir de ese día nunca más usaría para pescar a delfines colorados en los ríos de la selva.
FIN

1 comentario:

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